domingo, 24 de noviembre de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XV.

"Vivir, soñar, ser"

Quizá mis lecturas también me han hecho mucho daño. Y ahora, cual quijotesco infinito, pienso que emigrar ha vuelto mi realidad un completo constructo ficcional. Ya no sé si estoy despierto o dormido, ni cuáles son las ligeras distinciones ontológicas. Por ratos me siento lúcido y real, luego un punto de inflexión vulnera mi consciencia y me cuesta creer que ya no estoy en mi antigua nación, que ya no soy lo que era, y mi mente flota torpemente mientras camino. La vida es sueño, la frase homónima de mi obra preferida, o el sueño es la vida, la sentencia interpretativa de mi profesor preferido. Lo cierto es que nada es completamente real porque la vida es un vacío que llenamos de experiencias, de sueños y de sufrimiento, convirtiéndose en un ensayo literario que sale pasear elegantemente en búsqueda de la verdad. Bendita crisis de identidad la que embarga al inmigrante, que pierde pedazos de su alma y luego debe enmendarla con retazos de recuerdos y de anhelos. La vida también es un arte, un hermoso evento extraordinario escrito por Dios, pero los adultos dejamos de ser felices porque cuando conocemos el dolor y la crisis no sabemos qué hacer con eso. Y envidiamos a los niños que sueltan risas en un mar de llanto repleto de voces mayores. Lo cierto es que don Quijote ya no es el único personaje triste y solitario que la mayoría ignoraba, los expertos están equivocados. Somos muchos los ingeniosos hidalgos que andamos regados por el mundo tratando de vivir utopías. Algunos dicen que no debimos salir de nuestro país a llevar nuestro apocalipsis a otros lugares, y eso me hace sentirme como unos de los Hombres X que se esconden de una humanidad radical que nos rechaza y clama que volvamos a nuestro lugar de origen. Cuando observo injusticias en contra de mis hermanos, me dan ganas de sacar mis garras de adamantium, mostrar nuestra naturaleza feroz. La ira se dispersa rápidamente con mi memoria tocando a la puerta. Se me olvidaba que hay un bando de mutantes que odia a la humanidad, están mermándolos con sus poderes destructivos y acrecentando el rechazo hacia nosotros. Aunque a diferencia del grupo que seguía los ideales de Magneto, esta masa caótica no cree en nada y representan la involución, la oscuridad total, la muerte inservible. No vale la pena contraatacar, es preferible seguir los preceptos cristianos e inundarnos de tanta mansedumbre que haga brillar cada palabra de la Biblia. Al parecer Nietzsche nos ha encerrado en su eterno retorno, porque las ganas de emigrar van y vuelven una y otra vez. Nos hemos convertido en expedicionarios, buscando el paraíso perdido desde que nos obligamos a exiliarnos. En este ahora que ya ha sido y que volverá a ser por tiempo indefinido, me percato de que Colón tenía razón, Venezuela era el jardín del Edén, tristemente destruido por manos inicuas. Lo sé ya que sin ánimos de subterfugios, esa debe ser la razón para el éxodo masivo que nos embarga, que genera un nuevo éxodo que se repite dos, tres y hasta más veces si es necesario en busca de la tierra prometida. Nos enfermamos de incomodidad existencial y ni sabemos si tiene cura porque nuestro paraíso ya ha sido devorado por el tiempo, se perdió en una realidad inasible a la que podemos ir solo en sueños. Es hora de retirarme, la visión y el enigma me llaman para proseguir el duro andar que me espera en este anillo frágil de laberintos. Buscaré las huellas divinas para no perderme. Iniciaré empresas más difíciles que derrotar a gigantes de casi dos leguas. Me voy porque ya siento un nuevo despertar. Vivir, soñar, ser.



Francisco J. Flores R.

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XIV.

"En Camino"

A las seis y media de la mañana me he liberado de mi departamento y camino  por la calle. Debo dar fe de la teoría sobre relatividad del tiempo de Eisntein tratando diariamente de desplazarme cada vez más rápido en la distancia desde mi casa a mi trabajo. Sin embargo, mi misión más importante quizá sea hasta el momento en que logre subir al bus. Específicamente dependo de la hora exacta en que lo consiga. Eso determina mi destino incierto que se resume entre llegar tarde o llegar temprano, nunca a tiempo. Aquí no controlo las horas como sucedía en Venezuela. Si llegaba tarde, era normalmente por gusto. En Lima el tiempo hace lo que le da la gana, a menos que vulneres su ontología moviéndote a velocidades anormales. Desde que me levanto, debo hacer todo en cámara rápida, y la exigencia crece si osas, como simple mortal que eres, en apagar la alarma del celular y quedarte diez minutos más en la cama. Levantarme antes tampoco sirve, porque mi mente confiada relaja peligrosamente mi cuerpo y al final hago toda la preparación en la misma duración. Debo retarme, levantarme en algún "punto" de la mancha y empezar moverme frenéticamente. Eso es lo que le gusta presenciar al Cronos de aquí. Luego de que estoy en la calle, dispuesto a tomar el bus, observo la hora y la angustia crece. Si me subo antes de las 6.35, seguramente todo saldrá bien y entraré triunfal al colegio jactándome de madrugar como un docente más que puntual. El espíritu de mi padre se apodera de mí, y me siento como él cuando trabajaba igualmente en un colegio privado como profesor de inglés y subdirector a la vez, y llegaba tan temprano que la noche aún dormía plácidamente, abriendo las puertas de la institución, saludando al vigilante nocturno al que aún le faltaba rato para que terminara su turno. Empero, si me ocurre que subo al micro después de la hora acordada, cualquier cosa puede pasar, todo menos que llegue a la hora ideal. Esta ciudad parece caótica con tanta gente, ruidos, luces y tráfico, pero tiene un orden silencioso, un momento para todo. Si descubres sus secretos, no te devora sino que fluyes con ella sin tropiezos apocalípticos. Aunque no todo es tiempo, un viaje en bus no solo tiene bifurcaciones temporales, también te ofrece alternativas geodinámicas. Cuando he alcanzado a irme sentado en el bus, la larga espera se reconforta haciendo algo en el celular o simplemente apreciando el paisaje urbano. Otra es la historia si toca irme parado en el transporte, porque constituye todo un reto kinestésico. Y es que todos los buses en Lima son los dueños y señores del espacio, avanzan y se detienen a su antojo, y lo hacen tan abruptamente que parecieran desafiar hasta las nociones de gravedad. Cuando veo que viene uno de esos "rápidos y furiosos" me preparo para ser absorbido violentamente. Una vez en el interior, la situación se torna aventuresca. Aquellos valientes que se encuentran de pie tienen que hacer gala de toda su fuerza y agilidad para no terminar enterrados en el piso del fondo del pasillo, o encima de un pasajero que vaya sentado. Los frenazos son impredecibles y tan agresivos que incluso los que van en asientos deben contener la arremetida para evitar darse cabezazos en contra del siguiente asiento. El habla local justifica el fenómeno aludiendo a un sistema de frenos que funciona a la perfección debido a la necesidad imperiosa de afrontar en las mejores condiciones el difícil tráfico citadino. Muchos de mis paisanos opinan que estos chóferes son una versión superlativa de los conductores inescrupulosos venezolanos que creen cargar ganado en vez de seres humanos. Yo personalmente considero que simplemente les divierte, que los hace sentir poderosos y les recuerda a cada momento que están vivos en este teatro urbano que a diario presenta un drama profundo sobre la existencia humana. Finalmente, si sobrevives al vaivén circense dentro del bus, debes luchar para que te dejen bajar en tu destino. Corres peligro de que su ritmo arrollador te impida bajarte en el lugar deseado. Si lo consigues, sentirás como el medio de transporte te regurgita en la calle para que te reincorpores al mundo sin dejar avanzar demasiado las agujas del reloj. Hoy es uno de esos días en los que afortunadamente voy a buen ritmo. Calculo que en quince minutos estaré en el ahí rutinario, listo para caminar el resto del trayecto hasta el colegio sin mayores inconvenientes. Dejo de escribir este relato y me dispongo a bloquear el celular porque ya estoy a punto de bajarme y temo que me impidan descender. Casi siempre  escribo mis fábulas en camino, cuando voy sentado, cuando el caos sale bien.


Francisco J. Flores R.


lunes, 2 de septiembre de 2019

PENSAMIENTOS DE UN INMIGRANTE.
Capítulo 2.

“Los sentidos humanos te llevan a un recuerdo”

No les pasa de pronto que recuerdas tu casa, un familiar, una mascota o cualquier cosa que venga a tu infinita mente y al ponerle potencia al pensamiento de repente sientes, piensas que estas allá y si de pronto gozas de una buena memoria recordar a fondo algo que viviste, si tienes dicha incluso puedes hasta percibir el olor de eso en lo que piensas, revivir a detalles ese momento.  Pues aprecia y disfruta de ese instante, porque con el paso de los años cada vez serán menos esos momentos, por mas que digas nunca olvidare esta persona, lugar, comida o sea cual sea el recuerdo, no todos los llevas contigo, ojalá y pudiéramos hacerlo, hacer uso del basto cerebro que tenemos y potenciar su funcionamiento, algo así, vieron la película “Lucy” con mi amor platónico Scarlett Johansson u esta otra “Limitless” con esta pana Bradley Cooper.  Imaginen por un momento que pudieras hacer ese uso de tu memoria, acceso a información ilimitada, seria espectacular, claro, seguro caemos en banalidades humanas y en la ambición, como de hecho pasa en dichas cintas, pero nadie es perfecto.  Me fui un poco a mi genero de ciencia ficción lo sé, cayendo en lo mismo la capacidad de poder recordar algunos pasajes de tu vida, haciendo memoria me pasa y lo comparto, mas ahora estando tan lejos, es allí cuando mi pensamiento podría recorrer cualquier distancia o siento que revivo ese momento.

Dos anécdotas…


 Pa´Macaira...


Ya se acerca el fin del invierno aquí en Buenos Aires y sin dudas el frio es candela, pero a mí me agrada mucho más que la mayoría de mis compatriotas venezolanos, lo disfruto y vivo de otra forma, es mi primer invierno completo y aunque no fue tan fuerte según dicen lo disfrute bastante.  Hubo un día que iba caminando al apartamento y caían gotas de aguas, mínimas y al ver este espectáculo de la naturaleza me vino a la mente Macaira, por un momento me sentí que estaba en el pueblo, en época Navideña, con el mismo frio y ese Rocío que era tan común allá, caminabas por las calles del pueblo, lo sentías y veías, en la plaza, en la esquina de la casa de mi abuela, todos con suéter y bien abrigados, con ese rico frio, ese típico olor a lluvia, fuegos artificiales, fiestas y comederas en todas las casas, te sorprendia cada familiar que aparecía inesperadamente a compartir contigo, esperando el fin para la miniteca que iba al pueblo y por otro lado tu mama, abuela, tías y madrinas diciéndote que no te mojes. Jejeje Momentos grandiosos, simples pero que te llenan el corazón de alegría y suspiras porque por un breve instante lo sientes nuevamente.
Te llevo en mis recuerdos San Francisco de Macaira.
“Tierra de sueños y realidades”






La manchada...

Es bonito el trato que le dan a los animales en esta bella ciudad, y es tan común el trato que le dan que es normal que tu veas que un perro pueda llevar una mejor vida (vestirse, comer, viajar) que cualquier mortal asalariado, gracias a sus dueños claro está, dichosos, hasta las palomas que tu puedes ver en cualquier plaza, parte o hasta en una estación de tren, te pasan por un lado como que si tu fueras una hormiga en los pies de un elefantes, eso dice mucho del trato que se les da a las mascotas; yo he disfrutado muchísimo sobre todo en la gran variedad de canes que hay, de todas las razas, bien cuidados y entrenados, e visto desde San Bernardo similares al de la película Beethoven, como galgos, idénticos a ayudante de santa de los simpsons, Golden, pug, Bulldog, entre otros.  Pero como siempre mi mirada se va cuando veo un boxer y a un dálmata.  No es un secreto que tengo debilidad por estas razas, la primera porque mi primer perro fue un boxer “Guazon” y la segunda porque el mayor vinculo que desarrolle hacia un animal fue por “Tinga”, y no es tan común ver dálmatas aquí, pero los hay, un día cruce en una esquina y venia una perra dálmata, mas fina y hasta estilizada de lo que recuerdo a mi loca, pero con ese mismo espíritu y carácter juguetón que los caracteriza, tenia la correa en la boca, ella misma la llevaba, cosa que es común por cierto y yo allí en ese momento volví a ser un adolescente con su Tinga, se me olvido la distancia y los años desde que murió y me agache y la toca y abrace, reconozco que fue algo atrevido, no porque me fuera a morder, no, sino que aquí son delicados con las mascotas y niños y debes pedir permiso, bueno menos mal la dueña una señora muy amigable al yo levantar la vista y volver a la realidad percatándome del abuso vi que me sonrió y me dijo, no pasa nada hijo, de allí fue mas abrazos y besos a la perra que tristemente no recuerdo su nombre, cariños y sobre todo olerla, es la misma raza y hay un olor común o similar pero este me hizo recordar y mucho, tanto que se me aguo el guarapo y bueno termine mostrándole fotos a la señora que guardo en mi teléfono y narrando historias.
Siempre estarás en mente, pero más en mi corazón mi loca, mi hija.
Tinga.




Carlos E. Marin

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XIII.

"El único periquito que habla inglés"

El campo Los Helechos es un terreno irregular en el que solo los valientes se atrevían a cubrir las praderas. Lleno de baches sinuosos, los potentes roletazos que pasaban de hit eran un reto para los jardineros. Una superficie caótica que permitía saltos violentos de pelotas que fácilmente podían partirle el rostro a un fildeador inexperto, aunque eso no sucedía con el center field del equipo Kaneleys.  Apodados cariñosamente como "Los viejitos" de Kaneleys, se trataba de un equipo de softbol de edad madura que participaba en los torneos de categoría libre hace ya varias décadas, enfrentándose siempre a jugadores más jóvenes y a promisorias estrellas en el deporte.  Kaneleys tenía la experiencia, la garra, la contundencia que lo hacía un rival muy competitivo, sorprendiendo con sus hazañas dentro del campo.  Una de sus grandes cualidades era su eficacia defensiva.  Allí entraba en juego su baluarte en las praderas: Francisco "Periquito" Flores.

"Al bate, el único periquito que habla inglés!, Franciscooooo Flores!"

Se escuchaba siempre el anuncio jocoso del narrador del partido.  Aunque su profesión era ser docente de inglés, poseía habilidades impresionantes para comprender la velocidad y aceleración de una pelota en su recorrido desde la caja del bateador hasta su posición.  No se le iba un roletazo que viniera imparable desde el infield, fuera uno manso o fuera un agresivo cañonazo, indomable para la mayoría de los jardineros.  Dominaba el caos con orden y disciplina, y un guante gigantesco que solo él sabía usar.  Si era un elevado, su precisión geométrica era aún mas sorprendente.  Leía cada batazo con una inteligencia inusitada.  A donde se dirigiera la pelota, ya Periquito la estaba esperando con su seriedad acostumbrada.  Muchas veces ni se movía ante una conexión, haciéndome pensar que la pelota salía en busca de su dueño, el señor de los jardines.  Magia y luces recuerdo de él.  Una jugada memorable aún ronda en los comentarios sobre atrapadas famosas en la historia del softbol Guariqueño.  

Kaneleys se enfrentaba a Tucanes en un partido reñido.  Las aves atacaban con hombres en base y dos out.  El bateador deja caer una línea floja entre el jardín derecho y central.  Una bala fría que parecía iniciar una fiesta de anotaciones a favor de los Tucanes.  Sin embargo, ya Periquito iba a toda velocidad para evitar el desastre.  El raudo fildeador iba corriendo en cámara rápida.  Aún así yo sabía que si no se lanzaba no podría llegarle.  Estaba muy lejos.  El hit inminente no detuvo su carrera, como si la vida de su equipo dependiera de él.  Todas los espectadores estaban levantados de sus asientos para ver hacia dónde cogería la pelota luego de caer en un campo tan irregular.  Periquito nunca se lanzó y sin dejar de correr hacia el dogout, la gente gritó de euforia cuando se percató de que llevaba la pelota atrapada para asombro de todos.  

Una jugada magistral que yace en el rincón más feliz de mi alma.  Tiempo después, con más de 50 años, admiré nuevamente una jugada de Periquito pero como bateador corredor.  Se trataba de un partido entre estudiantes de secundaria versus sus profesores del colegio.  Los ilusos jóvenes creían que iban a tener alguna oportunidad ante estos amos de la enseñanza.  Fue una soberana paliza a favor de los docentes que presenció el estadio Pablo Chingo Montes un sábado por la mañana.  Los alumnos bromeaban respetuosamente con su profesor de inglés por su baja estatura.  También le decían que ya estaba muy viejo para jugar ese deporte.  La pagaron caro cuando ellos fueron los burlados.  

En uno de sus turnos, Periquito batea un hit hacia el jardín derecho, su lado preferido del campo.  El jardinero coge la pelota con cierta lentitud que el ágil corredor nota, por lo que sin detener su carrera, se dirige hacia la segunda base para convertirlo en doble.  El jugador a la defensiva se da cuenta y envía una desesperada asistencia al shorstop que gritaba confiado: -Lanza que ese es out!. Cuando recibe el lanzamiento de piconazo, levanta la cabeza para tocar a Periquito, pero se quedó volteando para todos lados en busca de su rival, mientras ya "el viejito" se ajustaba sus guantines luego de ejecutar un perfecto deslizamiento en la segunda.  

Todos reían.  Yo en cambio, su hijo y fiel admirador, gritaba internamente de admiración. Mucho tiempo después y poco antes de que me volviera un inmigrante, tuve la dicha de volver a presenciar un turno al bate de mi padre.  Yo estaba trabajando como anotador del partido entre equipos de categoría súper máster.  Era un amistoso en el cual el menor de los jugadores tenía sobrado los sesenta años y había otros que ya le sonreían a los ocho peldaños.  Mi viejito de sesenta y ocho años decide coger un turno como bateador emergente en un partido que ya tenían perdido desde hace rato. Estaba lanzando un señor con una recta muy pesada que para rematar se movía.  Tenía completamente domado a la batería de ancianos experimentados.  Periquito ya casi no jugaba.  Los dolores típicos de la vejez lo redujeron a un espectador más, aunque siempre presente en toda actividad softbolística en el pueblo.  Sereno, va hacia la caja del bateador entre aplausos y elogios del narrador.  Aun así, sé que la mayoría esperaba un inofensivo batazo debido a su físico disminuido e inactividad reinante.  Todos menos yo, quien ligaba su turno como si fuera el juego más reñido en una de sus famosas finales de las que tanto disfruté presenciar, o escuchar de sus impactantes narraciones. El pitcher abre el conteo con strike, cosa que no pareció importarle a mi padre quien se sale de la caja de bateo con tranquilidad, acostumbrado a dejar pasar un strike confiado en su capacidad de contacto. Alguien casi imposible de ponchar desde que agarró un bate cuando apenas era un infante.  El segundo picheo fue un error para el lanzador.  Alto y afuera, en la zona de contacto de mi padre, una línea trepidante sale disparada de hit hacia el jardín derecho, evadiendo al exceso de jardineros que había debido a las condiciones de juego para esa edad tan avanzada.  La ovación no se hizo esperar para la proeza de Periquito, que ni sonreía, acostumbrado a su carácter inmutable que tantos éxitos le trajo al no ponerse nervioso ni molestarse innecesariamente antes las pasiones del juego.  Yo estaba henchido de orgullo.  Creo que este fue el turno de su vida, el que nunca olvidaré.  Ha sido un héroe durante toda su trayectoria deportiva.  Pero es más heroico lograrlo cuando el tiempo pesa en tu cuerpo y te castiga inclemente cada vez que te atreves a retarlo.  Esto lo recuerdo hoy, precisamente cuando está cumpliendo setenta años en este mundo.  Mi condición de inmigrante me impide verlo, disfrutar de su compañía. nHoy no estaré en la acostumbrada parrillada que él hace con un esfuerzo cada vez más  admirable debido a la profunda crisis económica que los agobia.  Hoy no tendré el honor de destapar sus cervezas y dársela con preteza respetuosa.  Hoy no me reiré de todos los chistes e insultos amistosos en el festival de humor que crea con sus amigos para pasar el rato.  Hoy tengo a mi padre guardado en uno de los tesoros que nos legó Dios cuando nos creó: la memoria.  Así que siempre podré recrear su figura e imaginarlo decirme: -Usted siempre tiene que saludar a donde llegue, sea educado que eso vale mucho... Fran tienes que ser responsable, haga todas sus cosas con empeño, con cariño y no falte nunca al trabajo... Yo no guardo real porque eso no me lo voy a llevar a la tumba, prefiero compartirlo con ustedes mis hijos porque todo lo que yo tengo es suyo... Más nada hijo! así es qué!  Te amo padre, happy birthaday!







Francisco J. Flores R.

domingo, 28 de julio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XII.

"El sentimiento de lo fantástico"

Lloviznaba tímidamente por la carretera. No sabía exactamente la hora pero ya la noche tenía bastante rato instalada en el ambiente. A pesar del cansancio, no había podido dormir mucho durante el viaje. Mi consciencia se imponía. Estaba poseído por una angustia absurda que me producía viajar durante finales del año, ya en la víspera del 31 de diciembre. Sentía que se me acababa el tiempo para llegar a mi destino, como si no existiera otro año más. Mi hijo dormía plácidamente en los brazos de mi esposa, quien había construido una cómoda cuna con sus brazos envueltos en mantas. Nuestros pasos para ese momento iban por Ecuador. La última parada había sido Quito y Huaquillas nos esperaba para la mañana. A petición de varios pasajeros, el chofer decidió detenerse en un pequeño restaurante para comer algo e ir al baño. No sabía ni siquiera en qué lugar me encontraba o al menos su nombre, pero a pesar de  recordarme a mi pueblo por sus arboledas reinantes, este restaurante parecía estar en el medio de la nada, aislado del mundo. Yo bajé de primero para ir a comprar un café, mi esposa no podía moverse porque sino despertaría a Jonás. Tomé mi café y compré algo de comer para ambos. Cuando subí al bus y me disponía a sentarme, Francis, una chica venezolana que conocimos en este viaje y que estaba sentada con sus dos hijos un poco mas adelante que nosotros, me pide un favor: -Francisco, por favor, acompañame a llevar a mi hija al baño, tiene muchas ganas y ya no aguanta. Extrañado, me percato de que la niña de unos siete años de edad duerme profundamente en su asiento. Así que miro fijamente a la joven madre. Ella logra hablarme con los ojos y entiendo la situación. Cargué con dificultad a la niña y nos dirigimos al baño. Apenas entramos la muchacha estalla en un llanto desesperado, asegura que un hombre en el bus va a robarnos dentro de poco tiempo. Le pregunto de dónde saca esa hipótesis. Sus explicaciones se refuerzan en el hecho de que vio al sospechoso, sentado muy cerca de ella, revisando el bolso de su compañero de asiento con intenciones de hurtarle, mientras el señor también se había bajado al restaurante. -Francisco!, ese hombre estaba robando el maletín del otro señor y antes de eso miraba a cada momento hacia los lados y metía sus manos en los bolsillos de su chaqueta como tanteando una pistola. En cualquier momento nos va a asaltar!. Yo trato de razonar y con calma ubico en mi mente al supuesto criminal. Recuerdo que no subió al bus sino cuando ya este venía en camino, y del lugar de donde salió no se observaban edificaciones cerca, solo árboles y tierra, un modus operandi que me resultaba familiar. Esto me bastó para convencerme. Debía hacer algo para evitarlo. Ya mi ánimo y físico golpeados por el viaje no querían pasar algo tan desagradable y peligroso. Llamé a mi esposa e inevitablemente tuvo que despertar a mi hijo para bajarse y hablar en un lugar seguro. Pongo al tanto a mi esposa y propongo un plan simple: hablar con el chofer y contarle todo, de manera que llame a la policía o al menos no vuelva a dejar subir al sospechoso sin hacerle una pesquisa o algo por el estilo. Inesperadamente, mi esposa no está de acuerdo con el plan, y de hecho me expone argumentos que me sumen en el sentimiento de lo fantástico que tanto he experimentado en los cuentos de Julio Cortázar. -Amor, por Dios! Cómo se te ocurre acusar a ese señor sin saber de verdad si él oculta algo! Francis está muy alterada y nerviosa, a lo mejor creyó ver a ese hombre haciendo algo malo, y si se equivoca?. Nosotros que somos extranjeros, quedaremos como los malos y luego hasta preso podemos ir por acusar en vano. Una atmósfera completamente ambigua se instala en mente. Mi esposa podría estar en lo correcto, quizá solo se trataba de un problema de referente. Nuestro imaginario venezolano está afectado por infinitas situaciones como esta que ocurren a diario en los autobuses de nuestro país: se monta un hombre en un punto desconocido del camino, una zona muerta de la carretera, a estas horas de la noche, se ubica en los primeros puestos y luego bam!, se levanta violentamente mostrando su arma y empieza a robar a cada pasajero vociferando amenazas de muerte. No es real lo que sucede entonces. Pero luego otro pasajero se nos acerca y nos pregunta si todo está bien. Yo no aguanté y le conté todo con la esperanza de obtener al menos apoyo moral. Logramos convencerlo y dice que va a llamar a la policía, aunque para hacerlo se aleja bastante de nosotros. Eso también lo vuelve sospechoso. Podría ser otro asaltante, que salió desde el terminal y apoyaría al que se montó después en el momento acordado. Mientras hablaba por teléfono nos miraba fijamente, con recelo, con hosquedad, con sospecha, con ojos desagradables. Todo empeoraba la situación, ya no sabía que pensar. Finalmente, ya el bus llamaba para retornar a nuestros asientos y proseguir el camino. Completamente paranoico, me negaba a subir al transporte porque me sentía como un cerdo yendo por voluntad propia directamente hacia el matadero. Pero mi esposa tenía razón, era muy arriesgado acusarlo y no había más pruebas que el testimonio de una mujer muy alterada y poco confiable por los estigmas de su lugar de procedencia. Respiré profundo, conversé con el divino y me subí al bus con mi familia. Francis sacó el valor de mil héroes y también subió intentando disimular el terror que sentía. La situación se intensifica cuando el sospechoso, después de que el bus retomara su andar, se levanta extrañamente como radiando todo el autobús. Dio un vistazo rápido a todos los tripulantes. Para mí fue un flashback hacia situaciones similares vividas en mi país. Anunciaba el posible asalto. Rápidamente le pido a mi esposa que me dé 20 dólares.-Si nos van a robar será mejor tener algo que entregar -me dije a mí mismo-. Recordé la ingente cantidad de víctimas asesinadas en Venezuela durante un robo, solo por no tener nada de valor para dar. Ya especulaba cuál sería la versión de este jardín de senderos que se bifurcan. Será esta la versión en la que a pesar de no oponer resistencia, uno de los antisociales le dispara a uno de los pasajeros solo por imponer autoridad con terrorismo social?, o quizá en esta realidad me pegan en la cabeza con la cacha de la pistola, furiosos porque saben que no cargamos nada más que 20 dólares y me gritan para que saque el resto?, o tal vez esté en la dimensión que los asaltantes me ignoran por descuido y ni siquiera me roban?. Ya estaba desesperado por saber cuál sería mi historia. Estaba preparado, quería que pasara. Y pasó. Sucedió lo que tenía que pasar. Un viaje de horas interminables en el que el supuesto sospechoso nunca nos robó ni intentó hacernos algo malo. Tampoco supe del otro señor al que le pedimos auxilio. Igual esperé hasta que el hipotético criminal se bajara en su destino para respirar, fue así como pudo desaparecer la tensión interior. Pero de algo sí estoy seguro, que esa noche lo único que me robaron fue la tranquilidad.





Francisco J. Flores R.



domingo, 23 de junio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XI.

"Mi caja de Pandora"

 Ubicación cronológica: Primeros meses. Localización geográfica: La cumbre borrascosa. Situación laboral: empleo de ocho horas en mi profesión. Acabo de regresar de la odisea diaria. Ya estoy en mi pequeña Itaca, mi diminuto reino ubicado en los confines del edificio, iluminado tenuemente por un pequeño tragaluz. Sin embargo, desde hace poco eso había dejado de importar, algo había cambiado, alguien había cambiado. El aura de nuestra habitación era brillante y estábamos más tranquilos. Las ideas de Kant rondan mi mente: "la cosa en sí es incognoscible, solo percibimos sus fenómenos". Entonces, el cuarto en sí no era grande ni pequeño, ni feo ni bonito, era un espacio determinado que debíamos llenar de percepciones hermosas para sentirlo un hogar. Pero lo que Kant no sabía es que la "cosa en sí" podía tener intermediarios. Y es que desde que mi rosa azul optó por sacar su caja de Pandora y colocarla en un sitio visible, ya todo se veía mejor, se sentía distinto. Parafraseando a Sócrates, ser feliz no es vivir donde quieres, sino querer en donde vives. Habíamos escapado de un infierno y sentimos por un tiempo haber llegado al purgatorio, hasta que empezamos a imaginarlo como nuestro propio cielo. Aprendimos a sonreír más intenso de lo normal para lograr que el alma brille, y así destruir los agujeros negros que se devoran los ánimos. Ya había empezado a vender fresas con cremas y eran populares por ser exóticas. Todo marchaba mejor. Jonás y yo nos mirábamos en el espejo refulgente que había en la humanidad de mi esposa. Después de haber cruzado el umbral y caer en lo desconocido, al fin logramos convertir un territorio pedregoso en una zona de confort. También era una noche especial, por ser la última. Todas las maletas estaban nuevamente hechas, el taxista vendría a recogernos a las 5.30 am del día siguiente. Hora de mudarse y evolucionar. Ya no tardaría más de cuatro horas de viaje, ahora serían menos de dos y viviríamos en un distrito que bauticé como la pequeña Venezuela, plagado de paisanos, de inmortales. Ya Jonás tendría más espacio hogareño para jugar y correr, disfrutaría de parques en cada esquina,    de un paisaje menos desértico. Sin embargo, nuestra evolución no radicaba solamente mudarnos ni haber conseguido buena entrada extra de dinero. Todo este proceso luminoso venía desde el interior y lo demás fue solo un efecto colateral. Y la protagonista de esta proeza había sido  mi esposa. Alguien quien decidió descender por sí sola a profundidades tenebrosas y luchar sin nuestra ayuda en contra de los demonios de la migración: la soledad, el desempleo, la tristeza. Luchó con denuedo hasta que se dio cuenta de que era una batalla perdida, porque nunca podría vencerse a sí misma. Así que un día, logró abrir una puerta desconocida que había en nuestro reino, recorrió dimensiones enteras plagadas de dolor y sufrimiento, se burló de las voces de polvo que cantaban melodías de abandono, vivió en un laberinto de silencio en espera de murmullos divinos, hasta que al fin halló el mayor tesoro que habita en la oscuridad: la esperanza.



Francisco J. Flores R.

viernes, 21 de junio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo X.
"Mis sueños de inmigrante"

Suena el timbre y es la hora de salida. Este tiempo hiperactivo hace que la jornada de trabajo se vaya en un soplo. Particularmente hoy me alegra de que así haya sido porque es día de pago, y en efectivo, aún mejor. En Venezuela, tratar de sacar el dinero que te  depositan de tu salario es un trabajo más duro que un día completo de labor. Me siento cerca de la oficina como ignorando a la subdirectora que está llamando a cada trabajador que vea cerca de ahí para cancelarles. Esquivo su mirada hasta que mi estrategia tiene éxito. -Profesor Flores un ratito por favor. Sonrío exitosamente y aparentando extrañeza le pregunto: Sí miss, dígame.  -Profesor, para que cobre... a ver... aquí está su pago. Muchas gracias miss. -Ya profesor, no se preocupe. Una vez que me pagan me dispongo a irme porque ya no es necesario disimular. Sin embargo, me detengo un momento cuando me percato de que la subdirectora me ha pagado con una piedra. Entro en estupefacción tratando de explicarme el curioso evento. Me regreso a ver si la miss se ríe para reverlarme la broma, pero está ocupada pagándole a otro profesor. Lo peor es que ese docente sale contando su dinero sin problemas. No tengo más remedio que confiar en mi jefa e irme. Observo bien la piedra y es hermosa, pequeña y muy lisa, no parece de aquí, sino que luce como aquellas que recogía en el río El Castrero sin motivo alguno. La introduzco en mi bolsillo y me olvido de ella. Apenas llego a mi casa me encuentro a mi esposa e hijo sumidos en su rutina doméstica: Él jugando con lo que encuentre, ella indagando en internet nuevas estrategias para progresar como inmigrantes. En ese tiempo mi esposa aún no había conseguido trabajo, fuera de la casa cabe acotar. Nos saludamos efusivamente. Mi rosa azul me pregunta: -cuéntame papi, cobraste?. Sí amor gracias a Dios. Mañana no salgo a vender -dije contento, dándome un día libre-. De repente sentí algo extraño que empezó a molestarme, lo ignoré pensando que no sería nada grave. A la mañana siguiente, antes de irme para el trabajo, sentía un peso torturador. Entonces me di cuenta de que era la roca. La saqué de mi bolsillo y estaba más grande, deteriorada y de un aspecto detestable. Decidí dejarla escondida en la casa. Mejor andar con los bolsillos ligeros y dejarla asegurada para que no se desgaste, aunque en el fondo me sentía vacío y angustiado. -Cuándo vas a hacer mercado? Me preguntaba mi esposa en tono de curiosidad. Hoy mismo amor, -le respondí-. Ya pagué la renta y los servicios. Vamos a comprar el televisor?- le pregunté contraatacando. - Claro amor, ya es justo después de tantos meses. Cerramos conversación y me voy a buscar la piedra en el lugar que la escondí. No la encuentro. O mejor dicho ya no está. Quise cuidarla pero al final desapareció y no terminé de cumplir mis metas del mes. Al menos logré cubrir lo básico. Será para el próximo cuando pueda empezar a amoblar el apartamento y mandar más dinero a Venezuela. No te preocupes Francisco. Vuela el tiempo sin alas y ya vuelve a ser día de pago. Esta vez me pasó algo aún más curioso. La miss empieza a llamar por tutores de grado, de menor a mayor. Cuando toca mi turno, me llama: profesor Sísifo, venga por favor. Sonrío nerviosamente por cómo me nombraron y veo a los ojos a mi jefa. No hay nada oculto en su mirada o actitud. Me vuelve a dar mi roca y me marcho. No quisiera volver a guardarme la piedra en el bolsillo, no quisiera esconderla porque sé que terminará desapareciendo nuevamente antes de cumplir todos mis sueños de inmigrante, mes tras mes. Pero es inevitable, es mi preciosa, dependo de ella, vivo para su brillo efímero. Súbitamente me encuentro solo, frente al pie de una empinada montaña, y la pequeña piedra ha transmutado en una gigantesca roca que debo subir hasta lo más alto de la cima. Solo espero que mi esposa no se preocupe si llego más tarde que de costumbre a la casa.


Francisco J. Flores R.

FÁBULA DE UN INMIGRANTE.  Capítulo XV. "Vivir, soñar, ser" Quizá mis lecturas también me han hecho mucho daño. Y ahora, cua...