martes, 14 de mayo de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo III.
"Los muertos durmientes" 

5.30 am, voy bajando por la alameda de la cumbre borrascosa en la que viví durante los primeros tres meses. Me dirijo a mi trabajo. En Venezuela, andar en la calle a esa hora implicaba despertar al día. Aquí, el día o la noche nunca duermen, solo toman breves descansos. Soy docente, afortunado de ejercer mi profesión a pesar de ser un inmigrante recién llegado. No pasan tres minutos y ya estoy montado en un vehículo hacia mi destino ( Los buses son olas infinitas que van y vienen por este mar de asfalto). Ahora bien, aquí las leyes de la física sonríen, porque el camino hacia el colegio en el que laboro es relativamente corto en distancia, pero largo en duración. El tráfico es otro demonio encerrado en esta urbe. Así que me toca pasar dos odiseas diarias, ida y vuelta. Y como buen Odiseo, debo resolver está situación martirizante con astucia. Son casi cuatro horas diarias encerrado en un contenedor de pasajeros ociosos. Tanto tiempo inmóvil le permite a un monstruo aparecer y devorar tus pensamientos: la nada. Una vez que te detienes, el vacío te arropa y la ansiedad atormenta, o por lo menos así me sucede a mí. En las colas de un banco, o en un viaje suburbano suelo sufrir de sus ataques. Leer es mi único escape. Entonces para esa época la combatía leyendo una refrescante saga de literatura fantástica, una novela autoficcional llamada "Los magos" que parodiaba en combinación a Harry Potter y Las crónicas de Narnia. Esta era una de mis pocas diversiones, aparte de jugar con mi hijo por las noches o hablar con mi esposa mientras veíamos hacia el techo ( por más barato que sean los televisores usados, normalmente están negados para nosotros durante los primeros meses). Así que lo disfrutaba con placer esquizofrénico. Me sumía en las líneas, convirtiéndo al narrador omnisciente en un narrador testigo encarnado por mí. Huía felizmente de la realidad. Solo era un logro efímero. Los bruscos frenazos del bus me expulsaban de la fantasía. Recuerdo que durante una de esas paradas abruptas, me percato de que la ciudad no duerme, mas sus habitantes sí lo hacen y no precisamente en sus camas, sino en los asientos del transporte. Empecé a observarlos y se volvió más fascinante que la novela. Suben a los buses, se sientan, paso seguido, se quedan completamente dormidos sin siquiera moverse. No usan respaldar, no se apoyan en ningún lado, no danzan como locos con ojos cerrados así como sucede cuando alguien se queda dormido en un bus venezolano. Están ahí, inertes, como zombis que descansan, muertos durmientes aprovechando oníricamente su estadía en estos medios de transporte. Lo más curioso es que no piensan en la nada como yo, sino que se vuelven parte de ella. Se entierran en sus asientos, filosofando sobre la muerte.



Francisco J. Flores R.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario

FÁBULA DE UN INMIGRANTE.  Capítulo XV. "Vivir, soñar, ser" Quizá mis lecturas también me han hecho mucho daño. Y ahora, cua...