domingo, 28 de julio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XII.

"El sentimiento de lo fantástico"

Lloviznaba tímidamente por la carretera. No sabía exactamente la hora pero ya la noche tenía bastante rato instalada en el ambiente. A pesar del cansancio, no había podido dormir mucho durante el viaje. Mi consciencia se imponía. Estaba poseído por una angustia absurda que me producía viajar durante finales del año, ya en la víspera del 31 de diciembre. Sentía que se me acababa el tiempo para llegar a mi destino, como si no existiera otro año más. Mi hijo dormía plácidamente en los brazos de mi esposa, quien había construido una cómoda cuna con sus brazos envueltos en mantas. Nuestros pasos para ese momento iban por Ecuador. La última parada había sido Quito y Huaquillas nos esperaba para la mañana. A petición de varios pasajeros, el chofer decidió detenerse en un pequeño restaurante para comer algo e ir al baño. No sabía ni siquiera en qué lugar me encontraba o al menos su nombre, pero a pesar de  recordarme a mi pueblo por sus arboledas reinantes, este restaurante parecía estar en el medio de la nada, aislado del mundo. Yo bajé de primero para ir a comprar un café, mi esposa no podía moverse porque sino despertaría a Jonás. Tomé mi café y compré algo de comer para ambos. Cuando subí al bus y me disponía a sentarme, Francis, una chica venezolana que conocimos en este viaje y que estaba sentada con sus dos hijos un poco mas adelante que nosotros, me pide un favor: -Francisco, por favor, acompañame a llevar a mi hija al baño, tiene muchas ganas y ya no aguanta. Extrañado, me percato de que la niña de unos siete años de edad duerme profundamente en su asiento. Así que miro fijamente a la joven madre. Ella logra hablarme con los ojos y entiendo la situación. Cargué con dificultad a la niña y nos dirigimos al baño. Apenas entramos la muchacha estalla en un llanto desesperado, asegura que un hombre en el bus va a robarnos dentro de poco tiempo. Le pregunto de dónde saca esa hipótesis. Sus explicaciones se refuerzan en el hecho de que vio al sospechoso, sentado muy cerca de ella, revisando el bolso de su compañero de asiento con intenciones de hurtarle, mientras el señor también se había bajado al restaurante. -Francisco!, ese hombre estaba robando el maletín del otro señor y antes de eso miraba a cada momento hacia los lados y metía sus manos en los bolsillos de su chaqueta como tanteando una pistola. En cualquier momento nos va a asaltar!. Yo trato de razonar y con calma ubico en mi mente al supuesto criminal. Recuerdo que no subió al bus sino cuando ya este venía en camino, y del lugar de donde salió no se observaban edificaciones cerca, solo árboles y tierra, un modus operandi que me resultaba familiar. Esto me bastó para convencerme. Debía hacer algo para evitarlo. Ya mi ánimo y físico golpeados por el viaje no querían pasar algo tan desagradable y peligroso. Llamé a mi esposa e inevitablemente tuvo que despertar a mi hijo para bajarse y hablar en un lugar seguro. Pongo al tanto a mi esposa y propongo un plan simple: hablar con el chofer y contarle todo, de manera que llame a la policía o al menos no vuelva a dejar subir al sospechoso sin hacerle una pesquisa o algo por el estilo. Inesperadamente, mi esposa no está de acuerdo con el plan, y de hecho me expone argumentos que me sumen en el sentimiento de lo fantástico que tanto he experimentado en los cuentos de Julio Cortázar. -Amor, por Dios! Cómo se te ocurre acusar a ese señor sin saber de verdad si él oculta algo! Francis está muy alterada y nerviosa, a lo mejor creyó ver a ese hombre haciendo algo malo, y si se equivoca?. Nosotros que somos extranjeros, quedaremos como los malos y luego hasta preso podemos ir por acusar en vano. Una atmósfera completamente ambigua se instala en mente. Mi esposa podría estar en lo correcto, quizá solo se trataba de un problema de referente. Nuestro imaginario venezolano está afectado por infinitas situaciones como esta que ocurren a diario en los autobuses de nuestro país: se monta un hombre en un punto desconocido del camino, una zona muerta de la carretera, a estas horas de la noche, se ubica en los primeros puestos y luego bam!, se levanta violentamente mostrando su arma y empieza a robar a cada pasajero vociferando amenazas de muerte. No es real lo que sucede entonces. Pero luego otro pasajero se nos acerca y nos pregunta si todo está bien. Yo no aguanté y le conté todo con la esperanza de obtener al menos apoyo moral. Logramos convencerlo y dice que va a llamar a la policía, aunque para hacerlo se aleja bastante de nosotros. Eso también lo vuelve sospechoso. Podría ser otro asaltante, que salió desde el terminal y apoyaría al que se montó después en el momento acordado. Mientras hablaba por teléfono nos miraba fijamente, con recelo, con hosquedad, con sospecha, con ojos desagradables. Todo empeoraba la situación, ya no sabía que pensar. Finalmente, ya el bus llamaba para retornar a nuestros asientos y proseguir el camino. Completamente paranoico, me negaba a subir al transporte porque me sentía como un cerdo yendo por voluntad propia directamente hacia el matadero. Pero mi esposa tenía razón, era muy arriesgado acusarlo y no había más pruebas que el testimonio de una mujer muy alterada y poco confiable por los estigmas de su lugar de procedencia. Respiré profundo, conversé con el divino y me subí al bus con mi familia. Francis sacó el valor de mil héroes y también subió intentando disimular el terror que sentía. La situación se intensifica cuando el sospechoso, después de que el bus retomara su andar, se levanta extrañamente como radiando todo el autobús. Dio un vistazo rápido a todos los tripulantes. Para mí fue un flashback hacia situaciones similares vividas en mi país. Anunciaba el posible asalto. Rápidamente le pido a mi esposa que me dé 20 dólares.-Si nos van a robar será mejor tener algo que entregar -me dije a mí mismo-. Recordé la ingente cantidad de víctimas asesinadas en Venezuela durante un robo, solo por no tener nada de valor para dar. Ya especulaba cuál sería la versión de este jardín de senderos que se bifurcan. Será esta la versión en la que a pesar de no oponer resistencia, uno de los antisociales le dispara a uno de los pasajeros solo por imponer autoridad con terrorismo social?, o quizá en esta realidad me pegan en la cabeza con la cacha de la pistola, furiosos porque saben que no cargamos nada más que 20 dólares y me gritan para que saque el resto?, o tal vez esté en la dimensión que los asaltantes me ignoran por descuido y ni siquiera me roban?. Ya estaba desesperado por saber cuál sería mi historia. Estaba preparado, quería que pasara. Y pasó. Sucedió lo que tenía que pasar. Un viaje de horas interminables en el que el supuesto sospechoso nunca nos robó ni intentó hacernos algo malo. Tampoco supe del otro señor al que le pedimos auxilio. Igual esperé hasta que el hipotético criminal se bajara en su destino para respirar, fue así como pudo desaparecer la tensión interior. Pero de algo sí estoy seguro, que esa noche lo único que me robaron fue la tranquilidad.





Francisco J. Flores R.



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