viernes, 21 de junio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo X.
"Mis sueños de inmigrante"

Suena el timbre y es la hora de salida. Este tiempo hiperactivo hace que la jornada de trabajo se vaya en un soplo. Particularmente hoy me alegra de que así haya sido porque es día de pago, y en efectivo, aún mejor. En Venezuela, tratar de sacar el dinero que te  depositan de tu salario es un trabajo más duro que un día completo de labor. Me siento cerca de la oficina como ignorando a la subdirectora que está llamando a cada trabajador que vea cerca de ahí para cancelarles. Esquivo su mirada hasta que mi estrategia tiene éxito. -Profesor Flores un ratito por favor. Sonrío exitosamente y aparentando extrañeza le pregunto: Sí miss, dígame.  -Profesor, para que cobre... a ver... aquí está su pago. Muchas gracias miss. -Ya profesor, no se preocupe. Una vez que me pagan me dispongo a irme porque ya no es necesario disimular. Sin embargo, me detengo un momento cuando me percato de que la subdirectora me ha pagado con una piedra. Entro en estupefacción tratando de explicarme el curioso evento. Me regreso a ver si la miss se ríe para reverlarme la broma, pero está ocupada pagándole a otro profesor. Lo peor es que ese docente sale contando su dinero sin problemas. No tengo más remedio que confiar en mi jefa e irme. Observo bien la piedra y es hermosa, pequeña y muy lisa, no parece de aquí, sino que luce como aquellas que recogía en el río El Castrero sin motivo alguno. La introduzco en mi bolsillo y me olvido de ella. Apenas llego a mi casa me encuentro a mi esposa e hijo sumidos en su rutina doméstica: Él jugando con lo que encuentre, ella indagando en internet nuevas estrategias para progresar como inmigrantes. En ese tiempo mi esposa aún no había conseguido trabajo, fuera de la casa cabe acotar. Nos saludamos efusivamente. Mi rosa azul me pregunta: -cuéntame papi, cobraste?. Sí amor gracias a Dios. Mañana no salgo a vender -dije contento, dándome un día libre-. De repente sentí algo extraño que empezó a molestarme, lo ignoré pensando que no sería nada grave. A la mañana siguiente, antes de irme para el trabajo, sentía un peso torturador. Entonces me di cuenta de que era la roca. La saqué de mi bolsillo y estaba más grande, deteriorada y de un aspecto detestable. Decidí dejarla escondida en la casa. Mejor andar con los bolsillos ligeros y dejarla asegurada para que no se desgaste, aunque en el fondo me sentía vacío y angustiado. -Cuándo vas a hacer mercado? Me preguntaba mi esposa en tono de curiosidad. Hoy mismo amor, -le respondí-. Ya pagué la renta y los servicios. Vamos a comprar el televisor?- le pregunté contraatacando. - Claro amor, ya es justo después de tantos meses. Cerramos conversación y me voy a buscar la piedra en el lugar que la escondí. No la encuentro. O mejor dicho ya no está. Quise cuidarla pero al final desapareció y no terminé de cumplir mis metas del mes. Al menos logré cubrir lo básico. Será para el próximo cuando pueda empezar a amoblar el apartamento y mandar más dinero a Venezuela. No te preocupes Francisco. Vuela el tiempo sin alas y ya vuelve a ser día de pago. Esta vez me pasó algo aún más curioso. La miss empieza a llamar por tutores de grado, de menor a mayor. Cuando toca mi turno, me llama: profesor Sísifo, venga por favor. Sonrío nerviosamente por cómo me nombraron y veo a los ojos a mi jefa. No hay nada oculto en su mirada o actitud. Me vuelve a dar mi roca y me marcho. No quisiera volver a guardarme la piedra en el bolsillo, no quisiera esconderla porque sé que terminará desapareciendo nuevamente antes de cumplir todos mis sueños de inmigrante, mes tras mes. Pero es inevitable, es mi preciosa, dependo de ella, vivo para su brillo efímero. Súbitamente me encuentro solo, frente al pie de una empinada montaña, y la pequeña piedra ha transmutado en una gigantesca roca que debo subir hasta lo más alto de la cima. Solo espero que mi esposa no se preocupe si llego más tarde que de costumbre a la casa.


Francisco J. Flores R.

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