Capítulo XIV.
"En Camino"
A las seis y media de la mañana me he liberado de mi departamento y camino por la calle. Debo dar fe de la teoría sobre relatividad del tiempo de Eisntein tratando diariamente de desplazarme cada vez más rápido en la distancia desde mi casa a mi trabajo. Sin embargo, mi misión más importante quizá sea hasta el momento en que logre subir al bus. Específicamente dependo de la hora exacta en que lo consiga. Eso determina mi destino incierto que se resume entre llegar tarde o llegar temprano, nunca a tiempo. Aquí no controlo las horas como sucedía en Venezuela. Si llegaba tarde, era normalmente por gusto. En Lima el tiempo hace lo que le da la gana, a menos que vulneres su ontología moviéndote a velocidades anormales. Desde que me levanto, debo hacer todo en cámara rápida, y la exigencia crece si osas, como simple mortal que eres, en apagar la alarma del celular y quedarte diez minutos más en la cama. Levantarme antes tampoco sirve, porque mi mente confiada relaja peligrosamente mi cuerpo y al final hago toda la preparación en la misma duración. Debo retarme, levantarme en algún "punto" de la mancha y empezar moverme frenéticamente. Eso es lo que le gusta presenciar al Cronos de aquí. Luego de que estoy en la calle, dispuesto a tomar el bus, observo la hora y la angustia crece. Si me subo antes de las 6.35, seguramente todo saldrá bien y entraré triunfal al colegio jactándome de madrugar como un docente más que puntual. El espíritu de mi padre se apodera de mí, y me siento como él cuando trabajaba igualmente en un colegio privado como profesor de inglés y subdirector a la vez, y llegaba tan temprano que la noche aún dormía plácidamente, abriendo las puertas de la institución, saludando al vigilante nocturno al que aún le faltaba rato para que terminara su turno. Empero, si me ocurre que subo al micro después de la hora acordada, cualquier cosa puede pasar, todo menos que llegue a la hora ideal. Esta ciudad parece caótica con tanta gente, ruidos, luces y tráfico, pero tiene un orden silencioso, un momento para todo. Si descubres sus secretos, no te devora sino que fluyes con ella sin tropiezos apocalípticos. Aunque no todo es tiempo, un viaje en bus no solo tiene bifurcaciones temporales, también te ofrece alternativas geodinámicas. Cuando he alcanzado a irme sentado en el bus, la larga espera se reconforta haciendo algo en el celular o simplemente apreciando el paisaje urbano. Otra es la historia si toca irme parado en el transporte, porque constituye todo un reto kinestésico. Y es que todos los buses en Lima son los dueños y señores del espacio, avanzan y se detienen a su antojo, y lo hacen tan abruptamente que parecieran desafiar hasta las nociones de gravedad. Cuando veo que viene uno de esos "rápidos y furiosos" me preparo para ser absorbido violentamente. Una vez en el interior, la situación se torna aventuresca. Aquellos valientes que se encuentran de pie tienen que hacer gala de toda su fuerza y agilidad para no terminar enterrados en el piso del fondo del pasillo, o encima de un pasajero que vaya sentado. Los frenazos son impredecibles y tan agresivos que incluso los que van en asientos deben contener la arremetida para evitar darse cabezazos en contra del siguiente asiento. El habla local justifica el fenómeno aludiendo a un sistema de frenos que funciona a la perfección debido a la necesidad imperiosa de afrontar en las mejores condiciones el difícil tráfico citadino. Muchos de mis paisanos opinan que estos chóferes son una versión superlativa de los conductores inescrupulosos venezolanos que creen cargar ganado en vez de seres humanos. Yo personalmente considero que simplemente les divierte, que los hace sentir poderosos y les recuerda a cada momento que están vivos en este teatro urbano que a diario presenta un drama profundo sobre la existencia humana. Finalmente, si sobrevives al vaivén circense dentro del bus, debes luchar para que te dejen bajar en tu destino. Corres peligro de que su ritmo arrollador te impida bajarte en el lugar deseado. Si lo consigues, sentirás como el medio de transporte te regurgita en la calle para que te reincorpores al mundo sin dejar avanzar demasiado las agujas del reloj. Hoy es uno de esos días en los que afortunadamente voy a buen ritmo. Calculo que en quince minutos estaré en el ahí rutinario, listo para caminar el resto del trayecto hasta el colegio sin mayores inconvenientes. Dejo de escribir este relato y me dispongo a bloquear el celular porque ya estoy a punto de bajarme y temo que me impidan descender. Casi siempre escribo mis fábulas en camino, cuando voy sentado, cuando el caos sale bien.
Francisco J. Flores R. |
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