Capítulo XIII.
"El único periquito que habla inglés"
El campo Los Helechos es un terreno irregular en el que solo los valientes se atrevían a cubrir las praderas. Lleno de baches sinuosos, los potentes roletazos que pasaban de hit eran un reto para los jardineros. Una superficie caótica que permitía saltos violentos de pelotas que fácilmente podían partirle el rostro a un fildeador inexperto, aunque eso no sucedía con el center field del equipo Kaneleys. Apodados cariñosamente como "Los viejitos" de Kaneleys, se trataba de un equipo de softbol de edad madura que participaba en los torneos de categoría libre hace ya varias décadas, enfrentándose siempre a jugadores más jóvenes y a promisorias estrellas en el deporte. Kaneleys tenía la experiencia, la garra, la contundencia que lo hacía un rival muy competitivo, sorprendiendo con sus hazañas dentro del campo. Una de sus grandes cualidades era su eficacia defensiva. Allí entraba en juego su baluarte en las praderas: Francisco "Periquito" Flores.
"Al bate, el único periquito que habla inglés!, Franciscooooo Flores!"
Se escuchaba siempre el anuncio jocoso del narrador del partido. Aunque su profesión era ser docente de inglés, poseía habilidades impresionantes para comprender la velocidad y aceleración de una pelota en su recorrido desde la caja del bateador hasta su posición. No se le iba un roletazo que viniera imparable desde el infield, fuera uno manso o fuera un agresivo cañonazo, indomable para la mayoría de los jardineros. Dominaba el caos con orden y disciplina, y un guante gigantesco que solo él sabía usar. Si era un elevado, su precisión geométrica era aún mas sorprendente. Leía cada batazo con una inteligencia inusitada. A donde se dirigiera la pelota, ya Periquito la estaba esperando con su seriedad acostumbrada. Muchas veces ni se movía ante una conexión, haciéndome pensar que la pelota salía en busca de su dueño, el señor de los jardines. Magia y luces recuerdo de él. Una jugada memorable aún ronda en los comentarios sobre atrapadas famosas en la historia del softbol Guariqueño.
Kaneleys se enfrentaba a Tucanes en un partido reñido. Las aves atacaban con hombres en base y dos out. El bateador deja caer una línea floja entre el jardín derecho y central. Una bala fría que parecía iniciar una fiesta de anotaciones a favor de los Tucanes. Sin embargo, ya Periquito iba a toda velocidad para evitar el desastre. El raudo fildeador iba corriendo en cámara rápida. Aún así yo sabía que si no se lanzaba no podría llegarle. Estaba muy lejos. El hit inminente no detuvo su carrera, como si la vida de su equipo dependiera de él. Todas los espectadores estaban levantados de sus asientos para ver hacia dónde cogería la pelota luego de caer en un campo tan irregular. Periquito nunca se lanzó y sin dejar de correr hacia el dogout, la gente gritó de euforia cuando se percató de que llevaba la pelota atrapada para asombro de todos.
Una jugada magistral que yace en el rincón más feliz de mi alma. Tiempo después, con más de 50 años, admiré nuevamente una jugada de Periquito pero como bateador corredor. Se trataba de un partido entre estudiantes de secundaria versus sus profesores del colegio. Los ilusos jóvenes creían que iban a tener alguna oportunidad ante estos amos de la enseñanza. Fue una soberana paliza a favor de los docentes que presenció el estadio Pablo Chingo Montes un sábado por la mañana. Los alumnos bromeaban respetuosamente con su profesor de inglés por su baja estatura. También le decían que ya estaba muy viejo para jugar ese deporte. La pagaron caro cuando ellos fueron los burlados.
En uno de sus turnos, Periquito batea un hit hacia el jardín derecho, su lado preferido del campo. El jardinero coge la pelota con cierta lentitud que el ágil corredor nota, por lo que sin detener su carrera, se dirige hacia la segunda base para convertirlo en doble. El jugador a la defensiva se da cuenta y envía una desesperada asistencia al shorstop que gritaba confiado: -Lanza que ese es out!. Cuando recibe el lanzamiento de piconazo, levanta la cabeza para tocar a Periquito, pero se quedó volteando para todos lados en busca de su rival, mientras ya "el viejito" se ajustaba sus guantines luego de ejecutar un perfecto deslizamiento en la segunda.
Todos reían. Yo en cambio, su hijo y fiel admirador, gritaba internamente de admiración. Mucho tiempo después y poco antes de que me volviera un inmigrante, tuve la dicha de volver a presenciar un turno al bate de mi padre. Yo estaba trabajando como anotador del partido entre equipos de categoría súper máster. Era un amistoso en el cual el menor de los jugadores tenía sobrado los sesenta años y había otros que ya le sonreían a los ocho peldaños. Mi viejito de sesenta y ocho años decide coger un turno como bateador emergente en un partido que ya tenían perdido desde hace rato. Estaba lanzando un señor con una recta muy pesada que para rematar se movía. Tenía completamente domado a la batería de ancianos experimentados. Periquito ya casi no jugaba. Los dolores típicos de la vejez lo redujeron a un espectador más, aunque siempre presente en toda actividad softbolística en el pueblo. Sereno, va hacia la caja del bateador entre aplausos y elogios del narrador. Aun así, sé que la mayoría esperaba un inofensivo batazo debido a su físico disminuido e inactividad reinante. Todos menos yo, quien ligaba su turno como si fuera el juego más reñido en una de sus famosas finales de las que tanto disfruté presenciar, o escuchar de sus impactantes narraciones. El pitcher abre el conteo con strike, cosa que no pareció importarle a mi padre quien se sale de la caja de bateo con tranquilidad, acostumbrado a dejar pasar un strike confiado en su capacidad de contacto. Alguien casi imposible de ponchar desde que agarró un bate cuando apenas era un infante. El segundo picheo fue un error para el lanzador. Alto y afuera, en la zona de contacto de mi padre, una línea trepidante sale disparada de hit hacia el jardín derecho, evadiendo al exceso de jardineros que había debido a las condiciones de juego para esa edad tan avanzada. La ovación no se hizo esperar para la proeza de Periquito, que ni sonreía, acostumbrado a su carácter inmutable que tantos éxitos le trajo al no ponerse nervioso ni molestarse innecesariamente antes las pasiones del juego. Yo estaba henchido de orgullo. Creo que este fue el turno de su vida, el que nunca olvidaré. Ha sido un héroe durante toda su trayectoria deportiva. Pero es más heroico lograrlo cuando el tiempo pesa en tu cuerpo y te castiga inclemente cada vez que te atreves a retarlo. Esto lo recuerdo hoy, precisamente cuando está cumpliendo setenta años en este mundo. Mi condición de inmigrante me impide verlo, disfrutar de su compañía. nHoy no estaré en la acostumbrada parrillada que él hace con un esfuerzo cada vez más admirable debido a la profunda crisis económica que los agobia. Hoy no tendré el honor de destapar sus cervezas y dársela con preteza respetuosa. Hoy no me reiré de todos los chistes e insultos amistosos en el festival de humor que crea con sus amigos para pasar el rato. Hoy tengo a mi padre guardado en uno de los tesoros que nos legó Dios cuando nos creó: la memoria. Así que siempre podré recrear su figura e imaginarlo decirme: -Usted siempre tiene que saludar a donde llegue, sea educado que eso vale mucho... Fran tienes que ser responsable, haga todas sus cosas con empeño, con cariño y no falte nunca al trabajo... Yo no guardo real porque eso no me lo voy a llevar a la tumba, prefiero compartirlo con ustedes mis hijos porque todo lo que yo tengo es suyo... Más nada hijo! así es qué! Te amo padre, happy birthaday!
Francisco J. Flores R. |
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