lunes, 20 de mayo de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo V.
"La lluvia tiene alma"
Extraño la lluvia de mi pueblo. El vendaval de agua que caía para anunciar no solo la mitigación momentánea del calor, sino la bienvenida a una tormenta hermosa de recuerdos. Cómo anhelo el olor único de sus calles húmedas, el impacto visual de las empinadas que divertían mi caminar junto al frescor de los árboles recién bañados. Cuando llovía en mi San Juan, todo el ánimo se calmaba , el cielo se volvía pensativo y su color mate  escondía los secretos de la naturaleza. Nosotros, apreciábamos su abismo sin miedo a perdernos. Mi casa se convertía en una máquina del tiempo mientras que las gotas de agua la impulsaban hacia la vulneración ontológica. Y yo, ensimismado, disfrutaba de la melancolía, reviviendo momentos que no volverán. La imponente vista de los Morros al fondo del paisaje nos hacía agradecer su creación divina, erigida como una fortaleza natural en la entrada a la capital guariqueña. A veces la neblina cubría casi todo su cuerpo, añadiéndole el toque mágico de la vida. En esta ciudad que ahora me pertenece no llueve, solo chispea baños invisibles que acompañan un frío solemne. Ya no espero la emoción de los torrenciales aguaceros. Ya no escucho los estruendosos relámpagos que lanzaba Zeus a mi aldea. Las casas adornadas de arbustos se han quedado congeladas en mi memoria. Ahora vivo en una urbe naciente que enloquece a sus hijos con sus luces y su velocidad. Ahora sé que la lluvia tiene alma. Tales de Mileto tenía razón.


Francisco J. Flores R.

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