lunes, 27 de mayo de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo VI.
"El verdadero socialismo"
A las cuatro y media de la tarde ya estoy de regreso al departamento. Qué bien se sentía decir departamento, palparlo. Los primeros tres meses en esa microhabitación redujeron mi realidad a una pequeña nave que divagaba  fuera de la Matrix. Tendría pocos días de haberme mudado de la cumbre borrascosa. Respiraba un ambiente distinto en este distrito más céntrico y urbanizado. Sobretodo porque vivía cerca de un centro comercial alucinante llamado Plaza Norte, que más que un foco de consumismo es un lugar muy carismático en el que no pareciera existir el aburrimiento. En fin, lo traigo a colación debido a que mi jornada profesional había concluido, pero empezaba mi otro oficio: vendedor ambulante. Llegaba desde el colegio, saludaba a mi esposa y abrazaba a mi hijo. Apenas los veía sonreír y sin perder mucho tiempo me cambiaba de ropa. Jonás me dejaba ir con la promesa de traerle algo rico para comer, mientras que mi rosa azul siempre me animaba diciendo: "Que vendas todo papi". Cada vez que salía de la casa con mi bandeja de fresas con crema, sentía una alteridad fluir de mi interior, mi otra identidad apoderándose. Mi esposa preparaba estos ricos dulces venezolanos que irónicamente nunca pude degustar en mi nación, y aquí los vendía. En Venezuela, ella probó la repostería como último esfuerzo para evitar la emigración. Logró cambiar el destino solo por unos meses. La hiperinflación acabó con ese intento. Ahora heme aquí, caminando por las calles de Lima, ofreciendo dulces exóticos, lidiando con las curvas anímicas que sientes al vender: un día te compran todo, en otro ni te ven o a veces salvas la jornada cuando te regalan dinero con una determinación tan altruista que terminas por aceptarlo. Y el destino final de mi recorrido comercial siempre era las afueras de Plaza Norte, el hogar cíclico de los vendedores informales venezolanos. Todos sus alrededores estaban adornados con gente de mi país repitiendo una y otra vez una frase extraña para los limeños: "a la orden!, a la orden!". Para muchos de ellos, vender en la calle era una forma de subsistencia temporal mientras conseguían un empleo estable. Para otros, era su opción de sustento por la decepción económica resultante de los empleos estables que habían conseguido. Para mí, era un complemento monetario necesario. Me sentía como un súper héroe que sale a la urbe en búsqueda de aventuras. Fue impactante la primera vez que pisé Plaza Norte como trabajador de la calle. Ofrecía tímidamente mis fresas con cremas o esperaba llamar clientes con el pensamiento, aunque siempre llevaba la sonrisa humilde de ser venezolano. Empero, mi labor no se remitía a obtener un sustento extra. Mi curiosidad etnográfica me llevaba a relacionarme con mis paisanos, a observarlos, a escuchar sus testimonios e intercambiar las desavenencias. Me impactaba ver jóvenes madres con sus niños vendiendo alfajores, personas hasta de la cuarta edad ofreciendo canchitas (o cotufas en término venezolano), profesionales de todos los calibres: médicos, profesores, ingenieros, abogados. También ganaderos, agricultores, bachilleres, niños de tres o cuatro años gritando tiernamente: bombones a un sol! y pare usted de contar. Escuchaba testimonios de personas que disfrutaron de altos cargos gubernamentales, de parejas que dejaron a sus hijos en Venezuela, de trotamundos que venían recorriendo varios países en busca del sueño inmigrante aún no cumplido. Y yo siempre culminaba cada conversación de la misma manera: solo estando aquí sentimos  que ahora realmente somos iguales, empezando de nuevo, con un pasado heterogéneo borrado por la emigración. Esto sí es el verdadero socialismo.



Francisco J. Flores R.

1 comentario:

  1. Con este capitulo te luciste primo...
    El Verdadero Socialismo, para que ocurra el milagro y algunos ciegos puedan ver...

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