lunes, 3 de junio de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo VIII.
"Éramos felices y no lo sabíamos"
Estoy seguro de que la rutina premigratoria de la inmensa mayoría de los venezolanos desplazados consistía en trabajar de lunes a viernes  durante un horario razonable. Incluso, muchos de ellos ganaban altas sumas de dinero sin esforzarse mucho, sin levantarse temprano, sin violar las leyes. Ni Sherlock Holmes podría deducir ese misterio. Si pisabas firme en nuestra tierra, seguramente emanaba una buena porción de petróleo para ti. Desde el que hubiera nacido en suelo criollo hasta el proveniente de Pekin. Los fines de semana eran rituales sagrados: algunos se dedicaban al ocio relajante, otros se iban a viajes recreativos. Y una gran parte, los héroes absurdos de la existencia, se sumergían en aventuras alcohólicas. En este último grupo estaba yo metido hasta la médula. Si entrabas durante esa época dorada a la casa de mi madre, podías observar las repisas plagadas de una cantidad opulenta de esqueletos etílicos, testigos de las noches festivas que nos vieron disfrutar la efímera felicidad de la embriaguez. En mi país, beber desenfrenadamente no era un escándalo deplorable, ni una excusa sinuosa que dejaba traslucir tristeza o sufrimiento. Simplemente era tan común como cenar arepas y tan necesario como tomar café por las mañanas. Allí, en un pueblo tranquilo y beodo, nos conformábamos con una vida sencilla pero plena. Y todo iniciaba un viernes por la noche cuando alguien del grupo preguntaba por mensaje la célebre: Qué vamos a hacer hoy?, todos sabíamos que íbamos a hacer, pero nos encantaba complicarnos la existencia para lograrlo, quizá eran actos inconscientes para no convertir estas faenas en rutinas. Nuestras noches eran una montaña rusa de bebidas: iniciábamos con cervezas, luego tornábamos a ron y después aceptábamos lo que viniese. Además, la velada se nos iba entre partidas extensas de dominó, charlas jocosas sobre nuestras vidas, bailes torpes entre risas  o entonando canciones variadas, acompañadas con mi hermano el guitarrista. Recuerdo todas las sonrisas de mis amigas, los gritos peculiares de mis hermanos del alma, los abrazos cariñosos de mi primo Carlitos, la mirada azul de mi esposa cuando éramos novios y la dulce voz de mi madre que de vez en cuando aparecía para acompañarnos un rato. Tampoco olvidaré todas las veces que decía: "Yo salgo de mi país pero de vacaciones!. Además, prefiero conocer primero toda Venezuela antes que irme a otro lado". Como reza el dicho: éramos felices y no lo sabíamos, aunque en el fondo yo sabía que sí.





Francisco J. Flores R.

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