martes, 14 de mayo de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo II. 
"El color de mis días"

Mis lecturas acuciosas, filosóficas sobre el tiempo se desmantelaron en este lugar.  Aquí el tiempo realmente existe, y no como aporía psíquica o como una magnitud física relativa, sino como un maldito ente perceptible, una fuerza invisible que te arrolla con su bullicio urbano.  Imagino que estos aguerridos citadinos, en un pretérito no muy lejano, lo sedujeron y lograron atraparlo, por lo que vive aquí como un demonio enfurecido que se mueve de un lugar a otro buscando salir.  Cuando llegamos, lo sentí transcurrir a una velocidad increíble. Tanto así que los días te atropellan sin cesar.  Te despiertas y al poco rato ya es de tarde.  Sales a caminar y se te van tres horas en una vuelta. Ni hablar si tienes que ir a trabajar.  Todo se va más rápido aquí y no es la mente, es un Cronos malhumorado haciendo de las suyas.  La gente aquí no camina de prisa, corre porque el tiempo está en ellos.  Corren con desesperación tratando de alcanzar lo que se lleva: las metas, los sueños, el dinero, lo que sea. Además, siempre recuerdo una extraña teoría de un amigo sobre el color de los días, que cada uno de ellos tenía una esencia cromática distinta y variaba de acuerdo a la vision individual.  Supe que era cierta porque aquí perdí el color de mis días.  No sabía cuál día era cuál.  Si vivía en un martes o en un domingo.  Siempre ves este país lleno de gente por todos lados, fluyendo continuamente, inmutables en cantidad.  Extrañaba el domingo azul como el mar, infinito y solitario, o la sensación alucinante de un viernes color negro, cuya oscuridad misteriosa me conducía a una aventura que normalmente acompañaba de locuras etílicas.  Mi lunes verde de esperanza triste también había desparecido. Todo se lo había llevado el tiempo.  Sin embargo, "él" también me lo devolvió, de una forma irónicamente lenta. Poco a poco, sin prisa, comencé a sentir los lunes como un lunes y los sábados como el auténtico día de Saturno.  Aunque aún sigo buscando mis nuevos colores.




Francisco J. Flores R.



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