domingo, 24 de noviembre de 2019

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XV.

"Vivir, soñar, ser"

Quizá mis lecturas también me han hecho mucho daño. Y ahora, cual quijotesco infinito, pienso que emigrar ha vuelto mi realidad un completo constructo ficcional. Ya no sé si estoy despierto o dormido, ni cuáles son las ligeras distinciones ontológicas. Por ratos me siento lúcido y real, luego un punto de inflexión vulnera mi consciencia y me cuesta creer que ya no estoy en mi antigua nación, que ya no soy lo que era, y mi mente flota torpemente mientras camino. La vida es sueño, la frase homónima de mi obra preferida, o el sueño es la vida, la sentencia interpretativa de mi profesor preferido. Lo cierto es que nada es completamente real porque la vida es un vacío que llenamos de experiencias, de sueños y de sufrimiento, convirtiéndose en un ensayo literario que sale pasear elegantemente en búsqueda de la verdad. Bendita crisis de identidad la que embarga al inmigrante, que pierde pedazos de su alma y luego debe enmendarla con retazos de recuerdos y de anhelos. La vida también es un arte, un hermoso evento extraordinario escrito por Dios, pero los adultos dejamos de ser felices porque cuando conocemos el dolor y la crisis no sabemos qué hacer con eso. Y envidiamos a los niños que sueltan risas en un mar de llanto repleto de voces mayores. Lo cierto es que don Quijote ya no es el único personaje triste y solitario que la mayoría ignoraba, los expertos están equivocados. Somos muchos los ingeniosos hidalgos que andamos regados por el mundo tratando de vivir utopías. Algunos dicen que no debimos salir de nuestro país a llevar nuestro apocalipsis a otros lugares, y eso me hace sentirme como unos de los Hombres X que se esconden de una humanidad radical que nos rechaza y clama que volvamos a nuestro lugar de origen. Cuando observo injusticias en contra de mis hermanos, me dan ganas de sacar mis garras de adamantium, mostrar nuestra naturaleza feroz. La ira se dispersa rápidamente con mi memoria tocando a la puerta. Se me olvidaba que hay un bando de mutantes que odia a la humanidad, están mermándolos con sus poderes destructivos y acrecentando el rechazo hacia nosotros. Aunque a diferencia del grupo que seguía los ideales de Magneto, esta masa caótica no cree en nada y representan la involución, la oscuridad total, la muerte inservible. No vale la pena contraatacar, es preferible seguir los preceptos cristianos e inundarnos de tanta mansedumbre que haga brillar cada palabra de la Biblia. Al parecer Nietzsche nos ha encerrado en su eterno retorno, porque las ganas de emigrar van y vuelven una y otra vez. Nos hemos convertido en expedicionarios, buscando el paraíso perdido desde que nos obligamos a exiliarnos. En este ahora que ya ha sido y que volverá a ser por tiempo indefinido, me percato de que Colón tenía razón, Venezuela era el jardín del Edén, tristemente destruido por manos inicuas. Lo sé ya que sin ánimos de subterfugios, esa debe ser la razón para el éxodo masivo que nos embarga, que genera un nuevo éxodo que se repite dos, tres y hasta más veces si es necesario en busca de la tierra prometida. Nos enfermamos de incomodidad existencial y ni sabemos si tiene cura porque nuestro paraíso ya ha sido devorado por el tiempo, se perdió en una realidad inasible a la que podemos ir solo en sueños. Es hora de retirarme, la visión y el enigma me llaman para proseguir el duro andar que me espera en este anillo frágil de laberintos. Buscaré las huellas divinas para no perderme. Iniciaré empresas más difíciles que derrotar a gigantes de casi dos leguas. Me voy porque ya siento un nuevo despertar. Vivir, soñar, ser.



Francisco J. Flores R.

FÁBULA DE UN INMIGRANTE. 
Capítulo XIV.

"En Camino"

A las seis y media de la mañana me he liberado de mi departamento y camino  por la calle. Debo dar fe de la teoría sobre relatividad del tiempo de Eisntein tratando diariamente de desplazarme cada vez más rápido en la distancia desde mi casa a mi trabajo. Sin embargo, mi misión más importante quizá sea hasta el momento en que logre subir al bus. Específicamente dependo de la hora exacta en que lo consiga. Eso determina mi destino incierto que se resume entre llegar tarde o llegar temprano, nunca a tiempo. Aquí no controlo las horas como sucedía en Venezuela. Si llegaba tarde, era normalmente por gusto. En Lima el tiempo hace lo que le da la gana, a menos que vulneres su ontología moviéndote a velocidades anormales. Desde que me levanto, debo hacer todo en cámara rápida, y la exigencia crece si osas, como simple mortal que eres, en apagar la alarma del celular y quedarte diez minutos más en la cama. Levantarme antes tampoco sirve, porque mi mente confiada relaja peligrosamente mi cuerpo y al final hago toda la preparación en la misma duración. Debo retarme, levantarme en algún "punto" de la mancha y empezar moverme frenéticamente. Eso es lo que le gusta presenciar al Cronos de aquí. Luego de que estoy en la calle, dispuesto a tomar el bus, observo la hora y la angustia crece. Si me subo antes de las 6.35, seguramente todo saldrá bien y entraré triunfal al colegio jactándome de madrugar como un docente más que puntual. El espíritu de mi padre se apodera de mí, y me siento como él cuando trabajaba igualmente en un colegio privado como profesor de inglés y subdirector a la vez, y llegaba tan temprano que la noche aún dormía plácidamente, abriendo las puertas de la institución, saludando al vigilante nocturno al que aún le faltaba rato para que terminara su turno. Empero, si me ocurre que subo al micro después de la hora acordada, cualquier cosa puede pasar, todo menos que llegue a la hora ideal. Esta ciudad parece caótica con tanta gente, ruidos, luces y tráfico, pero tiene un orden silencioso, un momento para todo. Si descubres sus secretos, no te devora sino que fluyes con ella sin tropiezos apocalípticos. Aunque no todo es tiempo, un viaje en bus no solo tiene bifurcaciones temporales, también te ofrece alternativas geodinámicas. Cuando he alcanzado a irme sentado en el bus, la larga espera se reconforta haciendo algo en el celular o simplemente apreciando el paisaje urbano. Otra es la historia si toca irme parado en el transporte, porque constituye todo un reto kinestésico. Y es que todos los buses en Lima son los dueños y señores del espacio, avanzan y se detienen a su antojo, y lo hacen tan abruptamente que parecieran desafiar hasta las nociones de gravedad. Cuando veo que viene uno de esos "rápidos y furiosos" me preparo para ser absorbido violentamente. Una vez en el interior, la situación se torna aventuresca. Aquellos valientes que se encuentran de pie tienen que hacer gala de toda su fuerza y agilidad para no terminar enterrados en el piso del fondo del pasillo, o encima de un pasajero que vaya sentado. Los frenazos son impredecibles y tan agresivos que incluso los que van en asientos deben contener la arremetida para evitar darse cabezazos en contra del siguiente asiento. El habla local justifica el fenómeno aludiendo a un sistema de frenos que funciona a la perfección debido a la necesidad imperiosa de afrontar en las mejores condiciones el difícil tráfico citadino. Muchos de mis paisanos opinan que estos chóferes son una versión superlativa de los conductores inescrupulosos venezolanos que creen cargar ganado en vez de seres humanos. Yo personalmente considero que simplemente les divierte, que los hace sentir poderosos y les recuerda a cada momento que están vivos en este teatro urbano que a diario presenta un drama profundo sobre la existencia humana. Finalmente, si sobrevives al vaivén circense dentro del bus, debes luchar para que te dejen bajar en tu destino. Corres peligro de que su ritmo arrollador te impida bajarte en el lugar deseado. Si lo consigues, sentirás como el medio de transporte te regurgita en la calle para que te reincorpores al mundo sin dejar avanzar demasiado las agujas del reloj. Hoy es uno de esos días en los que afortunadamente voy a buen ritmo. Calculo que en quince minutos estaré en el ahí rutinario, listo para caminar el resto del trayecto hasta el colegio sin mayores inconvenientes. Dejo de escribir este relato y me dispongo a bloquear el celular porque ya estoy a punto de bajarme y temo que me impidan descender. Casi siempre  escribo mis fábulas en camino, cuando voy sentado, cuando el caos sale bien.


Francisco J. Flores R.


FÁBULA DE UN INMIGRANTE.  Capítulo XV. "Vivir, soñar, ser" Quizá mis lecturas también me han hecho mucho daño. Y ahora, cua...